Monday, March 14, 2005

Gorrones y gorriones

Ayer me colé entre las ventanas de una vieja tasca frecuentada por los domingueros que deciden pasar el día en las afueras de la capital.

Es uno de esos lugares donde se come asados acompañados de pan de pueblo, por lo que el reguero de miguitas de pan es un festín para cualquiera de nosotros, los "gorrones" gorriones.

Y no habría de durar mucho la paz en aquel salón-comedor:

-La otra camarera me dijo que no había cochinillo y acaba de servir una ración de cochinillo a aquella mesa, así que si ud no ha cumplido, yo tampoco: ¡nos vamos sin pagar! -decía a voz en grito un padre de familia de mediana edad.

-Pero si no es cochinillo lo que les han puesto, sino cordero... -trataba de explicarle el camarero.

-Pues cochinillo o cordero, me da igual, porque me he tenido que tomar finalmente un filete.

-Yo le digo que si hubiese pedido cordero, no habría habido ningún problema, porque cordero hay de sobra...-replicaba el camarero.

-Mire -cada vez más nervioso-, nosotros nos vamos y sepa que no volvemos aquí jamás.

La mujer del personaje mantenía un silencio cómplice. La hija, con apenas tres años, jugaba alrededor de la mesa ajena a todo.

-Pues si se va sin pagar -resolvía el camarero- ahora mismo llamo a la policía.

En ese momento, un joven que había escuchado inevitablemente la conversación, intercedió como negociador.

Dirigiéndose al camarero en privado antes de nada le dio la razón, pero le invitó a ganar un cliente en vez de echar a un gorrón:

-Mire, lo que ud va a hacer es ofrecerle un plato de cochinillo gratis para la siguiente vez que venga al restaurante, como disculpa por el malentendido. ¿Le parece?

El camarero se quedó pensativo.

Mientras, el negociador se acercó al alterado comensal, esperando algo de comprensión en lo que aparentemente parecía un acto de "gorronería".

-Mire, es el tercer día de trabajo de la camarera y es posible que no les haya aclarado la situación -comentó el negociador-. Tengan un detalle con ella, pues todo el mundo es torpe al principio. Además, a ella no le han faltado sonrisas cuando ha estado a punto de tropezar con su revoltosa hija pequeña.

Finalmente el camarero accedió a firmar una tarjeta del restaurante con la ración de cochinillo gratis para la próxima ocasión.

El comensal, después de varios "es que esto no se hace", aceptó la invitación y ¡la cuenta!.

El almuerzo estuvo a punto de estropearse para todos, y sin embargo, el final arregló todo lo demás.


Cuando volaba de vuelta hacia la capital, se había producido un accidente en la carretera secundaria.

El coche del comensal, con la mujer y la hija pequeña, se habían salido de la carretera.

El coche era un amasijo de hierros.

De entre los restos, sacaron a los tres ocupantes milagrosamente sin heridas de gravedad.

Ayer, este hombre se planteó muchas cosas.

Y lo más importante: para tres días que estamos en este mundo, mejor disfrutarlos siempre con una sonrisa en la cara.

1 comment:

Anonymous said...

Todos pedimos cochinillo en alguna ocasión, y no siempre se sale ileso, ya sea fisica o psiquicamente.
Gracias por recordarme que en la vida hay que disfrutar en todo momento.
Saludos